De entre todos los órganos de los marginales,
el corazón es el único que implota.
En la infancia,
es rojo, y grande- al grado de lo insano-
y palpita setenta veces por minuto
el nombre que lo deja marcado de por vida.
Una mañana,
frente al espejo,
-o frente al bambú-
se detiene.
El panda, hiberna.
No más suspiros,
su lugar
es ocupado por taquicardias.
Luego,
la epifanía llega.
El panda, guardará silencio
hasta el juicio final.
qué te digo...
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